Hace unas semanas y en un viaje relámpago llegue a Madrid con el único propósito de presenciar la versión de Hamlet que presenta el Teatro Español, dirigida por Tomaz Pandur y protagonizada por Blanca Portillo. Los comentarios tan favorables que llegaron a mis oídos de esta obra fueron aliciente suficiente para embarcarme en dicho viaje. Hamlet se representara en las Naves del Español hasta el 12 de abril.
La primera grata sorpresa fue descubrir el centro donde se aloja el teatro de las Naves del Español, ya que es uno de los espacios que forma parte del complejo cultural en que se ha convertido el Matadero de Madrid. Dicho Matadero es un conjunto de edificios de corte industrial, que alberga en su seno distintos proyectos culturales de corte vanguardista. Centro cultural que está destinado a convertirse en referencia del arte moderno y de las nuevas tendencias. Así y como una premonición pude disfrutar de varias exposiciones recorriendo el laberinto de cemento y plástico que forma la estructura del edificio.
Y digo premonición por que la versión del clásico de Shakespeare que nos ocupa no es una versión al uso, con una puesta de escena y un tratamiento de los personajes de manera clásica o académica. En esta versión no se han escatimado recursos ni creatividad para presentarnos un nuevo Hamlet que bebe de muchas fuentes artísticas y se transforma en un retrato psicológico entre tinieblas de sus protagonistas, para seguir hablándonos de las dudas e inquietudes del alma humana. Su originalidad es tal que imposibilita la gira de la obra por otras ciudades, ni siquiera por la anunciada al teatro Arriaga de Bilbao finalmente suprimida, por razones técnicas.
Solo os daré unos pequeños apuntes de lo que se puede ver en el escenario de las Naves del Español. Porque para comprender todo lo que significa esta obra sin duda hay que presenciarla y vivirla como una experiencia única.
Nada más cruzar la entrada al teatro te encuentras transportado al escenario de la trama transformado en una gran laguna negra cubierta por tablones a manera de balsas por donde navega Hamlet y la corte real danesa en un viaje de tormento y autodestrucción. Una corte danesa que se nos muestra corrupta, inmoral y depravada, donde sus miembros se muestran grotescos y a grandes pinceladas. Imágenes deformes de los personajes que se representan, quizás devuelta por la laguna negra que les envuelve. Espectros que recorren el escenario envueltos entre luces y sombras en un blanco y negro expresionista que nunca nos deja ver su verdadera cara. Una visión que te conduce a la pesadilla que vive Hamlet. De una manera u otra me recordó a las pinturas negras de Goya. La obra no ofrece ningún respiro ni siquiera en su descanso, que se transforma en un vodevil con tintes de aquelarre que rompe la cuarta pared e implica al público. Que no sabe si reír o huir despavorido ante lo que presencia.
En este caso el personaje de Hamlet está encarnado por una mujer, la actriz Blanca Portillo. ¿Una mujer transfigurada en un hombre? ¿Una mujer educada como un hombre? O ¿Un papel de hombre transformado en mujer? Todas estas posibilidades se desvanecen al tomar protagonismo la esencia del personaje sus dudas y su ansia de venganza sin importar sexo o condición. Aun así se incorpora al personaje cierta confusión sobre el género sexual tan común en nuestro tiempo. De nuevo Blanca Portillo nos ofrece una actuacion genial dotandole de su propia personalidad, un Hamlet para la historia.
Una gran producción, una gran dirección y un gran trabajo de los actores para una nueva versión de este clásico inmortal, que han tomado en sus manos para retorcerlo y darle una nueva vida. El límite lo ponemos nosotros. Viva el teatro.
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